En la década de los años cuarenta, cuando niño, en mi pueblo todo era tranquilidad. En las oficinas la mayor tecnología estaba representada en un teléfono de magneto y en una máquina de escribir mecánica, cuyo sonido anunciaba su labor. Desde el alcalde hasta el policía raso eran autoridades que inspiraban credibilidad y respeto. La palabra era una prenda de garantía: no se necesitaba autenticarla. Se podía transitar, de día o de noche, por cualquier carretera o cammo vereda! sin que se llegase a pensar que algo malo pudiese suceder; únicamente el temor a los "espantos" o a la "patasola". Los portones de las casas permanecían abiertos durante el día. En los campos la tecnología era nula, pero a los moradores no les faltaba qué comer. Las personas estaban prestas a cualquier servicio cuando la comunidad era convocada.
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