Contra lo que se imaginaba a finales del siglo xx, la globalización ha generado su contrapunto: la fragmentación emergió como una contratendencia igual o incluso más poderosa. Ambos fenómenos socavan la soberanía de los Estados. Sin alternativas, el desencanto con el comunismo y el capitalismo hacia fines del siglo xx creó un vacío político que ha llenado la política identitaria. La respuesta no es abandonar los Estados soberanos y el monopolio del uso de la fuerza, sino más bien revitalizarlos de formas adecuadas a las condiciones contemporáneas.
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