El independentismo catalán creó una fantasía. Y creyó en ella. Una fantasía. No se substanciaba más que como producto del marketing político, aunque era imprescindible para la construcción del relato hacia el nuevo Estado. La base electoral independentista exigía una transición fácil, rápida y con pleno reconocimiento internacional. Las élites dirigentes del proceso fabularon que una vez desprendidos de la rémora de España, Catalunya sería el nuevo "Lander" alemán del sur de Europa.
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