La vivencia auténtica de la religión no se opone a la vida intelectual; al contrario, la potencia y dilata infinitamente, al tiempo que la desabsolutiza cuando empequeñece al ser humano y cercena dimensiones importantes de la realidad. Por lo que respecta la vida eclesial, el presente ensayo es un llamamiento a un cambio de mentalidad que aumente el amor de las letras y el deseo de Dios.
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