Un creciente relativismo que roza la amoralidad provoca que se confunda lo verosímil con lo verdadero, sin verificación alguna. Se diluyen así las fronteras entre verdad y mentira, reduciéndose a cero el valor moral de la primera y el rechazo de la segunda. El periodismo se enfrenta ahora al reto de restaurar el valor y el mérito de la verdad. Esa es la tarea más relevante, urgente y salvadora del nuevo periodismo, cuyo futuro reside en restablecer su íntima relación con la verdad. Lo demás vendrá por añadidura.
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