Kaiserschlacht, la gran ofensiva de Francia, resultó novedosa en muchos aspectos: la cantidad de artillería empleada y el modo de hacerlo, el entrenamiento en técnicas de asalto que habían experimentado los atacantes, las armas especiales que se les suministraron, en grandes cantidades, y el apoyo constante y vital de la aviación. Sin embargo, hubo algo exactamente idéntico a todos y cada uno de los combates anteriores, y posteriores: los soldados. Hombres abrumados por el poder del bombardeo, agobiados por la niebla y el humo del primer día, asustados en la soledad de las trincheras enemigas, y también combativos y encantados de toparse con los inmensos depósitos de la intendencia.
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