El autor intenta aclarar la indefinición conceptual entre términos como erotismo, lascivia, obscenidad y pornografía. Señala la confusión entre lo psicopatológico y lo ideológico a la hora de evaluar los posibles perjuicios de la pornografía sobre los jóvenes y sobre la dignidad de la mujer. Recomienda que los profesionales de la salud mental colaboraren lealmente con los sistemas asistenciales al enfrentarse a estos fenómenos, siempre que los programas en que intervienen no choquen con sus concepciones éticas. Existen datos sobre la posible nocividad de la pornografía que, aunque no son definitivos científicamente, hacen recomendable que los profesionales adopten una postura de prudente reserva.
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