Desde la antigüedad clásica hasta nuestros días la tradición cultural occidental ha privilegiado una comprensión de lo humano basada en sus facultades, habilidades o capacidades. Hay, sin embargo, una tradición velada que ha insistido en subrayar nuestra condición carencial y la especial vulnerabilidad de la humanidad. A partir de estas posibilidades negativas, en este artículo intentaremos derivar el ejercicio del cuidado como un rasgo específicamente humano apelando a la ambigüedad del genitivo (objetivo o subjetivo) que consignamos en el título. Para ello, y en diálogo con la ética clásica, intentaremos rentabilizar la potencia semántica y el alcance moral de algunas intuiciones y paradojas presentes en el Evangelio.
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