En julio del 330 a. C. la vanguardia del ejército de Alejandro alcanzó al moribundo Darío III, culminando así cuatro trepidantes años durante los cuales los macedonios habían conquistado buena parte del inmenso Imperio persa. A partir de ese momento, y durante más de dos años, Alejandro se vio empantanado en las provincias orientales de sus nuevos dominios. Comparadas con las tres famosas batallas campales, el épico asedio de Tiro o el exótico excursus egipcio, que habían jalonado la fase anterior, las operaciones en Asia central aparecen como un anti–clímax. Un confuso batiburrillo de rebeliones, protagonizadas por un enemigo que a menudo eludía el combate y que sacaba el mayor partido del terreno para luchar contra los macedonios. Pero el interés de estas campañas radica en que nos permite conocer a un Alejandro muy diferente al de Issos, Tiro o Gaugamela.
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