Desde principios de noviembre de 1936, Valencia se convirtió en la capital de la República y en el foco de atención de una guerra civil profundamente internacionalizada. Con todo, siempre sería, según el escritor soviético Ilya Éhrenburg, una “capital artificial e inverosímil”. Se fraguó en estos meses una imagen frívola de la ciudad (y del territorio valenciano) como un “Levante feliz”, especialmente por su intensa vida nocturna. Sin embargo, la capitalidad y el flujo de refugiados habían provocado problemas de vivienda, de convivencia y puntuales desabastecimientos alimenticios. Así se entiende que cuando, el 31 de octubre de 1937, el Gobierno republicano anunció su traslado a Barcelona, predominara el sentimiento de alivio.
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