La ciencia moderna ha supuesto tradicionalmente que tanto los planetas similares a la Tierra como la vida inteligente deberían ser comunes en el universo. Esta premisa se conoce como «principio de mediocridad copernicana».
Dos hallazgos recientes invitan a cuestionar dicho supuesto: la enorme variedad de exoplanetas que existen, y el hecho de que las constantes de la naturaleza parecen estar cuidadosamente ajustadas para permitir la existencia de vida.
La Tierra y la humanidad parecen ser especiales a todos los efectos prácticos, al menos por cuanto seremos capaces de saber durante miles de años. Ello aporta un nuevo elemento ético al debate sobre la conservación de nuestro planeta.
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