El momento más glorioso de la ópera rusa fue en el siglo XIX. Hasta entonces la ópera italiana y la francesa dominaban los escenarios y los músicos rusos se formaban en Italia poniendo música a libretos revestidos de melodías occidentales, con alguna concesión al folclore local. La irrupción de autores como Glinka y Musorgsky, unida a un creciente sentimiento nacionalista, desembocaría en un género autóctono con características propias.
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