La aspiración de transformar el mundo a veces pasa por una vuelta a valores que creíamos pasados. El terruño, al que se le atribuye la capacidad de alimentar la identidad individual y colectiva, una autenticidad que se opone a la globalización capitalista –cuando no al progreso–, vuelve a marcar tendencia. Tanto conservadores como revolucionarios lo ensalzan.
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