Frente a la amenazante retórica de Trump, el nuevo gobierno mexicano reforzará el discurso nacionalista y buscará alianzas con países y regiones que sirvan de contrapeso a EEUU.
México ha tenido que revalorar su proyecto de nación cada seis años desde que en 2000 la llegada del Partido de Acción Nacional (PAN) rompiera la visión de nación que durante más de 70 años imprimieron los sucesivos gobiernos del Partido Revolucionario Institucional (PRI). La alternancia que trajo el PAN en el comienzo del siglo XXI ha supuesto que cada seis años la sociedad mexicana reflexione sobre el rumbo que debe tomar el país para el futuro próximo. La cita electoral de 2018 no ha sido la excepción. Los mexicanos sabían que sería una elección muy importante y competitiva. La definición de un nuevo proyecto de nación ha sido uno de los ejes de discusión en campaña electoral de los principales candidatos a la presidencia, quienes presentaron su visión de país y su propuesta del papel que México debe tener en el mundo.
La reflexión sobre la manera en que México debe proyectarse en el mundo es crucial en este momento por dos razones fundamentales. En primer lugar, cada nuevo presidente tiene una visión específica sobre lo que debe ser la proyección exterior del país. En el caso mexicano, la Constitución otorga al jefe del ejecutivo amplios poderes en esa materia. Por tanto, sus percepciones y preferencias influyen decididamente en las relaciones exteriores de la nación. En segundo lugar, México tiene una posición geográfica estratégica (entre el norte y el sur de América, entre el océano Pacífico y el Atlántico); posee una cultura de enorme proyección en el mundo; cuenta con una población significativa y goza de un peso económico relevante en el concierto de las naciones. Su actuación en el plano global es de interés para la comunidad internacional.
Aunque no parece que México vaya a modificar sustancialmente una política exterior caracterizada en los últimos años por un proyecto nacional neoliberal que privilegia el libre comercio y la atracción de inversiones, es previsible un ajuste en la relación bilateral con Estados Unidos mientras dure la presidencia de Donald Trump. Cabe esperar que México adopte un discurso más nacionalista en defensa de los derechos humanos de sus emigrantes en EEUU, aunque sin poner en riesgo la estructura financiera y comercial dibujada en los últimos 30 años.
Proyecto de nación y política exterior Un proyecto de nación es el conjunto de aspiraciones de un país en un futuro cercano. En otras palabras, es la forma en que una sociedad se percibe hacia adelante en los ámbitos económicos, políticos, sociales y culturales. La política exterior es clave en todo proyecto de nación porque representa un factor indispensable para alcanzar los objetivos nacionales. En el caso de México, las acciones externas han estado íntimamente ligadas a esta categoría. Tras su independencia en 1821, el país tuvo dos proyectos de nación. El primero fue de naturaleza conservadora, y buscaba mantener un vínculo estrecho con las monarquías europeas. El segundo fue de corte liberal, y anhelaba parecerse más al sistema estadounidense. La lucha entre conservadores y liberales por imponer su visión duró 46 años. En 1867, Benito Juárez expulsó al último reducto conservador, encabezado por el emperador Maximiliano de Habsburgo, e impuso el modelo liberal. Le siguieron los 30 años de dictadura encabezada por Porfirio Díaz, que concentró la política exterior en atraer inversiones extranjeras y promover el comercio.
A comienzos del siglo XX, México experimentó una revolución social de grandes dimensiones que buscaba establecer un régimen más democrático, reducir la influencia del capital externo en la economía nacional y aminorar las grandes diferencias sociales. En paralelo, la política exterior se volvió más nacionalista y aislacionista. México criticó el intervencionismo estadounidense y buscó un acercamiento especial con América Latina. Al mismo tiempo, la política exterior estuvo orientada por sus principios tradicionales, como la no intervención y la solución pacífica de las controversias. Esta política exterior también servía para consumo interno. En el plano económico, los gobiernos priístas aplicaron un modelo de desarrollo basado en la sustitución de importaciones. Este proyecto revolucionario-nacionalista estuvo vigente hasta mediados de los años ochenta.
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