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Resumen de Pakistán y el islamismo instrumental

Ana Ballesteros Peiró

  • Imran Khan no ha explicado cómo logrará el bienestar islámico que prometió. Podrá conservar el poder mientras no intente limitar la hegemonía de los militares en el país.

    Pakistán estrena nueva era política con la victoria en las elecciones del 25 de julio de Imran Khan y su partido, el Pakistan Tehrik-e Insaf (Movimiento para la Justicia de Pakistán, PTI). A pesar de ser el candidato favorecido por el sistema, Khan no es tan manejable como algunos puedan creer. Ha necesitado décadas de trabajo para conseguir ser primer ministro, pasando de ser hostil al estamento militar a su adulador. Sin embargo, la historia de Pakistán no ha sido grata con quienes le han precedido en el cargo: ningún primer ministro en 71 años ha conseguido cumplir sus cinco años de legislatura. De los 16 (incluyendo dos legislaturas de Benazir Bhutto y tres de Nawaz Sharif), dos fueron asesinados; uno, condenado a muerte y ejecutado; en siete ocasiones, fueron destituidos; en tres, se les obligó a dimitir; y el último está en la cárcel.

    Khan ha conseguido acabar con el bipartidismo dominante compitiendo contra dinastías políticas terratenientes, como los Bhutto, o industriales, como los Sharif. El nuevo primer ministro habla de un Pakistán para el pueblo, una utopía de bienestar islámico, paz y prosperidad. Lo que no ha explicado es cómo lo conseguirá. Ya era el candidato preferido del sistema en 2013, pero no venció a Sharif. Esta vez, se han esforzado en procurar su victoria. La sintonía inicial reinante tras su victoria puede acabar en cacofonía al primer desencuentro. Khan ha sido definido como voluble e impulsivo, rasgos que no han pasado inadvertidos para sus patrones. Siempre y cuando no quiera ejercer su autoridad sobre ellos, podrá mantenerse en el cargo. Para debilitar su gobierno, o recordarle quién manda, los militares cuentan entre sus bazas con la manipulación de la protesta social a través de todo un mosaico de grupos islamistas.

    Una alianza natural En Pakistán, los partidos islamistas siempre han estado legalizados y han sido aliados naturales de los militares. Mayoritariamente acríticos y ávidos de un poder que no les dan las urnas, su mejor baza es la de cobijarse bajo el paraguas de impunidad del ejército. Su valor electoral es el apoyo que pueden aportar para formar coaliciones en algunas circunscripciones. El máximo porcentaje de voto que obtuvieron en unas elecciones legislativas fue un 11%, con una media general del 6%. En estas elecciones han conseguido un 9,5% a nivel nacional.

    Ahora bien, aunque no sean especialmente populares en las urnas, son expertos en agitación social. Como estrategia, a sabiendas de que el sistema les respalda, aguantan sus manifestaciones el máximo tiempo posible y son intransigentes en sus demandas, de modo que la protesta derive en un problema de ley y orden. Con una situación de seguridad deteriorada en el país y ataques terroristas recurrentes, el temor a que los manifestantes sufran un atentado fuerza al gobierno a ceder. El peor efecto siempre es la mala imagen. La ineludible intervención del ejército, que aparece como árbitro y consigue disolver a los manifestantes de forma pacífica, se escenifica como muestra de la eterna incompetencia de los gobiernos civiles.

    Desde las décadas de los setenta y ochenta del siglo XX, los partidos de raíz suní deobandí han dominado la administración de mezquitas y madrasas pakistaníes, así como la mayoría de los grupos insurgentes que reciben ayuda militar para la persecución de los objetivos de agenda exterior, tanto en Afganistán como en India. Algunos de estos partidos tradicionales forman parte de la alianza Muttahida Majlis-e Amal (Comité Unido para la Acción, MMA), que se formó para las elecciones de 2002, se deshizo en 2007 y se ha vuelto a recomponer para 2018.

    Su principal rasgo es aunar bajo una misma bandera a cinco partidos de corrientes de pensamiento islámico diferentes (suní deobandí, barelví y chií). El primer partido es Jamiat-e Ulema-e Islami-Fazl (Sociedad de los Ulema del Islam, JUI-F), cuyo líder, Fazlur Rehman, ha formado coalición con diferentes partidos políticos a lo largo de su carrera. Se le conoce por su apoyo a los talibanes y el apodo Maulana Diesel, de cuando fue ministro de Petróleo en la segunda legislatura de Benazir Bhutto y vendía combustible en beneficio propio. El segundo partido más fuerte de la alianza es Jamaat-e Islami (Sociedad del Islam, JI), fundado en 1941 en India por Abul Ala Mawdudi. Los otros tres partidos en la coalición son Jamaat Ahl-e Hadith (Sociedad de la Gente de la Tradición, JAH), el barelví Jamiat-e Ulema-e Pakistan (Sociedad de los Ulema de Pakistán, JUP) y el chií Tehrik-e Islam (Movimiento del Islam, TI). El MMA obtuvo un 11% del voto en 2002, el gobierno de la provincia ahora llamada Jyber-Pajtunjwa y 63 escaños de la Asamblea Nacional. En esta ocasión, han recibido un 4,8% del voto nacional…


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