En los años 60, la Revolución Cubana contó con la adhesión de numerosos e importantes intelectuales de todo el mundo. Sin embargo, a medida que se fue tornando más evidente el “giro antiintelectual” de la Revolución, que demandaba, en la práctica, la subordinación de su palabra y su producción a las necesidades que fijara la conducción política, casi todos ellos tomaron distancia o directamente rompieron con Cuba. Julio Cortázar adoptó otra posición: ante cada evento crítico, ratificó su adhesión a la Revolución al mismo tiempo que reivindicaba la autonomía del intelectual en general y de la literatura en particular. Cartas, artículos periodísticos, conferencias, su participación en algunas polémicas y muchas páginas de su vasta obra literaria demuestran que, salvo un par de notorias excepciones, esto siempre fue así.
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