En noviembre de 1598 se imprimió en Bolonia un espléndido volumen de anatomía equina rubricado por un prestigioso jurista de esa ciudad. Obra de quien debía ser no sólo un gran artista, sino también un anatomista experto -cualidades cuanto menos sorprendentes en un abogado-, recién en 1855 se puso en duda la autoría de la misma y se abrieron las puertas a una serie de conjeturas que señalarían a Leonardo como su verdadero creador.
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