El concepto de ancianidad en la antigua Roma, sufrió una clara mutación a lo largo de los tiempos. Esta evolución no sólo se debió a los propios cambios que el paso del tiempo impuso, sino también a que las consideraciones biológicas y sociales fueron influidas, de una manera poderosa, por cuestiones de tipo político:
tras la instauración del principado como fórmula de ejercicio del poder, la máxima autoridad ya no reside únicamente en el Senado —integrado en los primeros tiempos por los de mayor edad, de ahí su nombre, que deriva de senex, el anciano—, puesto que surge la figura del princeps —el emperador—, cuya edad no constituye un elemento determinante.
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