Lo que hoy vemos como un resultado inevitable de la evolución histórica es fruto de delicados equilibrios que materializaron la idea de una Constitución como decisión colectiva de un pueblo sobre su convivencia futura.
La España de los años setenta puede parecernos muy lejana, una sociedad que salía de una dictadura, sin ordenadores, sin Internet, con solo dos cadenas de televisión (públicas y en blanco y negro) y en la que los contactos con el exterior eran escasos y patrimonio de unos pocos. Para alguien nacido después de 1978 esta España puede resultar tan extraña y remota como la de la posguerra o la que sufrió el desgarro de 1898 con la pérdida de Cuba y Filipinas.
Y, sin embargo, es importante recordar que no siempre el ritmo de cambio social ha sido tan acelerado. Recordemos, por ejemplo, que Francisco Ayala relata en sus memorias cómo regresó a Granada en 1960, tras 38 años de ausencia por el exilio, y encontró pocos cambios en la ciudad. Nos encontramos hoy en una época de transformación sin precedentes, en la que aparecen continuamente nuevas realidades que exigen que nos adaptemos a ellas con presteza, tanto en el ámbito tecnológico y de las comunicaciones como en la realidad política y social. La velocidad del desarrollo tecnológico y de los acontecimientos supone un problema añadido para gobernar la realidad.
La España en que vivimos tiene poco que ver con la de 1978 y el mundo en que vivimos también ha cambiado radicalmente. Por ello, la vigencia de la Constitución y su vitalidad, pese a las inevitables críticas, son un homenaje a la sabiduría, la visión y la capacidad de compromiso de toda una generación de políticos y ciudadanos españoles. Hay, sin duda, lecciones de la transición que pueden ayudarnos en la actualidad.
Lo que hoy vemos como un resultado prácticamente inevitable de la evolución histórica es fruto de una serie de delicados equilibrios que hicieron verdad la idea de una Constitución como decisión colectiva de un pueblo sobre su convivencia futura, así como la convicción de que la esencia de la política es gestionar la diversidad. Ello explica que socialistas y comunistas aceptaran la instauración de una monarquía parlamentaria y que los centralistas, que solo concebían España como “una, grande y libre”, se pusieran de acuerdo con los nacionalistas vascos y catalanes para crear el Estado de las Autonomías.
Esta voluntad de acuerdo sobre lo principal, combinada con la apertura a una discrepancia respetuosa y tolerante sobre lo accesorio, formó la base de la noción de “consenso”, una actitud vital que permitió un cambio de régimen radical y sustancial pero ordenado.
Integración en Europa y en el mundo La integración en el mundo, y de manera particular en Europa, ha sido un elemento esencial para esta transformación de España. Veníamos de muy atrás. En los años setenta, España universalizó sus relaciones bilaterales, empezando por los estados del Este de Europa y México, en un primer momento, y posteriormente con Israel y Albania.
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