La biblioteca de Hugh Thomas es testimonio de las convulsiones de Europa en el siglo XX, así como reflejo de valores y proyectos hoy amenazados: la reconciliación, el aperturismo intelectual y la construcción europea.
Mi padre instaló su biblioteca en el sótano de la casa que teníamos en el oeste de Londres, donde vivió durante más de medio siglo. La biblioteca ocupaba la vieja cocina victoriana, la despensa y los pasillos; las pilas de libros se apretaban unas contra otras. Festoneaban las columnas de volúmenes curiosidades adquiridas a lo largo de intrépidos viajes: una extraña piraña disecada, un juego de máscaras africanas y, enmarcadas y colgadas en uno de los pocos espacios vacíos en la pared, un par de cubiertas de libros de Hugh Thomas, mi padre.
Su colección de libros es el legado de un hispanista apasionado, al que interesaron todos los recovecos de la Historia española y también, más tarde, de Cuba, México y otros países de América Latina. Sus intereses fueron siempre demasiado amplios como para ceñirse a una única era de trágicas guerras. Así pues, esa biblioteca es también el testamento de un interés inabarcable por la Historia de Europa en general, interés que apuntalaba una identidad europea en sentido amplio. De una de las paredes cuelga un folleto enmarcado de la campaña Escritores por Europa, que él inició con ocasión del primer referéndum celebrado en Reino Unido sobre la pertenencia a Europa, en 1975. Ese folleto hoy solo es un triste recuerdo del viejo entusiasmo por la idea europea que reinaba entonces, al menos entre las élites intelectuales británicas. Más de 200 literatos e intelectuales británicos firmaron un manifiesto pidiendo el voto a favor de seguir perteneciendo a la Comunidad Económica Europea.
Ahora que el gobierno británico se embarca en otra etapa crucial de conversaciones en torno al Brexit, hemos de plantearnos de nuevo dónde alojar la extensa biblioteca, que suma unos 20.000 volúmenes. La coincidencia, puramente personal, de tener que embalar todo este valioso acervo de documentos históricos cuando el gobierno británico trata de poner fin a 43 años de relación con Europa es emotiva y trágica, e infunde de patetismo la dimensión personal de la tarea, metáfora apropiada de cómo Reino Unido parece querer renunciar a su papel ya veterano en asuntos internacionales y europeos para inaugurar una etapa de aislamiento temerario y absurdo. Justo en un momento, además, en que la convulsa actualidad global hace imprescindible la cooperación entre países. A mi padre, como a tantos otros, se le cayó el alma a los pies tras el resultado del referéndum sobre el Brexit, el año anterior a su muerte.
La Guerra Civil y su impacto Los volúmenes sobre la Guerra Civil española ocupan las baldas centrales de la biblioteca de mi padre. Él los reunió con aplicada diligencia mientras escribía La Guerra Civil española, y también después. El libro se publicó en 1961 y se ha reeditado en distintas ocasiones, siendo especialmente relevante la actualización de 1976. La Guerra Civil española es testimonio de una serie de valores que mi padre siempre atesoró y que se dirían gravemente amenazados en años recientes: el proyecto europeo y la implicación de Reino Unido, la necesidad de la reconciliación en España y la importancia de la Historia en la formación del presente.
En las baldas dedicadas a España puede encontrarse de todo, desde los Diarios de Manuel Azaña a las confesiones de importantes generales, pasando por estudios recientes sobre las distintas etapas de la guerra. Hay monografías que hablan de cómo se vivió la contienda en determinadas ciudades y pueblos, y tesis doctorales sobre el Frente Popular, junto a volúmenes tan variopintos como Historia del Partido Comunista de España, de Eduardo Comín Colomer, Testimonio de dos guerras, de Manuel Tagüeña Lacorte, Combate sobre España. Memorias de un piloto de guerra, de José Larios, o Historia del Ejército Popular de la Republica, de Ramón Salas Larrazábal…
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