La Unión europea se basa en el principio de atribución de poderes, a partir del reparto de soberanía entre Europa y los Estados nacionales. Este principio estaba destinado a garantizar que la mayoría de los poderes se pudieran ejercer lo más cerca posible de los ciudadanos. Lo que sucede la UE es, sin embargo, lo contrario. No sólo no tenemos un Tratado Constitucional, sino que la frontera entre las competencias de la Unión y las de sus Estados miembros es muy vaga y cambiante. Somos testigos de un aumento de las competencias de la UE a nivel horizontal, entre las instituciones europeas y las instituciones nacionales, y en el plano vertical, las competencias materiales cada vez mayores se ejercen a nivel europeo. Esto es un problema ya que las primeras víctimas son los ciudadanos. Este aumento de los poderes de la Unión va en detrimento de la democracia en Europa. De ahí, como era de esperar, el repliegue nacional, el populismo y las reflexiones en torno al déficit democrático europeo.
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