Incluidos los mitos ancestrales, la mejor literatura de todos los tiempos ha reflejado la profunda pulsión religiosa que ha acompañado al ser humano en los distintos pueblos. Por otra parte, esa misma literatura transluce las alianzas del poder con las religiones como herramientas de diferenciación, dominación y desigualdades sociales. En dichas alianzas nunca ha faltado el recurso de la violencia en sus múltiples formas. Sin embargo, toda pulsión religiosa contiene en el fondo más profundo una consideración ética del Otro y un germen de compasión humana. El descubrimiento del rostro de la víctima –según Emmanuel Le-vinas, lo único que el criminal no puede matar– está siendo una perspectiva literaria muy fecunda en la narrativa actual y, probablemente, sea un enfoque deseable para que las religiones desarrollen el objetivo de comprensión y fraternización de todo el género humano.
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