Desde la celebración de la I Cumbre Iberoamericana en Guadalajara, México, en 1991, la política de España hacia América Latina ha tenido en su vertiente iberoamericana un componente central. Esto ha sido así a tal punto que muchos han definido a las Cumbres Iberoamericanas no sólo como un invento español sino también, y muy especialmente, como la principal herramienta de la política exterior española para consolidar su presencia y su influencia en la región. Si en la década inicial del proyecto, la de 1990, era posible armonizar las posturas de todos los países que participaban en las mismas, con la llegada del nuevo siglo esta posibilidad fue perdiendo fuerza hasta llegar al actual estado de fragmentación que caracteriza al continente americano. De ahí que este análisis se pregunte si es mejor centrarse en una política latinoamericana, que pivote sobre las relaciones bilaterales, en lugar de una política de conjunto cada vez más imposible de implementar. Eso sí, sin que la apuesta por una implique la eliminación automática de la otra.
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