En los viejos tiempos nos forjábamos asaltando una y otra vez alguna de las cotas próximas al Val de San Gregorio y nunca llegábamos a preguntarnos qué enemigo la ocupaba y qué motivos lo habrían llevado hasta aquel inhóspito rincón de la península. Es verdad que en las clases teóricas nos enseñaban a considerar el enemigo, el terreno y los medios, pero en la práctica el enemigo apenas se trataba. El secreto del éxito consistía en hacer bien nuestro trabajo (es decir, en sacar buen partido a los medios, siempre escasos) y utilizar adecuadamente el terreno, con lo que la victoria no se nos podía escapar. Era valor lo que necesitábamos. Y un cierto grado de pericia, claro. Por lo que respecta al enemigo, solo sabíamos que más le valía apartarse de nuestro camino.
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