Tras la realización de dos largometrajes sobre la imagen, la memoria y el significado de la representación, como El espíritu de la colmena (1972) y El sur (1982), Víctor Erice llevó a cabo un interesante experimento creativo en estrecha complicidad con el pintor Antonio López. En El sol del membrillo (1992), ambos artistas profundizaron en las raíces de sus respectivos procesos creativos, en un fascinante ejercicio de introspección y reflexión sobre las peculiaridades de la pintura y el cine. A través del estudio de los procesos técnicos que diferencian estas dos artes, plantearon las bases de un debate teórico que caracterizó gran parte del cine de final de siglo:
los difusos límites entre la realidad y la ficción, y el nuevo estatuto de las imágenes en un mundo que parece desconfiar del poder del arte para representar y transformar el mundo.
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