Nuestra sociedad ha venido considerando a lo largo de la historia el papel muy positivo de vivir y actuar en modo vocacional. Esto ha sido evidente en la vida religiosa pero también en el mundo secular donde el compromiso y la entrega se ha considerado los pilares de la vocación. En la segunda mitad del pasado siglo XX ha ido haciéndose presente una progresiva inestabilidad social hasta el punto de considerarse el cambio como el elemento más estable. Es lógico que esta nueva situación repercuta en la vocación religiosa y también en los compromisos seculares. Ya casi nada es igual.
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