En el discurso de muchos de los egresados de nuestras universidades públicas se evidencian ciertas ideas de meritocracia. Estas plantean que los logros y éxitos personales son producto exclusivo del esfuerzo del individuo. Quienes las suscriben, orgullosos exhiben su título como premio merecido a su sacrificio. En el mejor de los casos, reconocen y agradecen a su círculo cercano de amigos, familiares y docentes, que colaboraron en su carrera individual. Existe en estas personas una suerte de amnesia. Olvidan que sus estudios son gratuitos gracias a las miles de manos invisibles que montan y sostienen nuestras universidades.
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