“Toda puerta tiene dos caras. Una mira a los transeúntes; la otra, a los lares”. Con esta frase, Ovidio (Fastos, I.89) indica como, en el interior de la casa romana, se vivía bajo la tutela de los lares, protectores del hogar, de la familia y de sus esclavos. Las divinidades tutelares eran parte integrante de la vida familiar de la antigua Pompeya, y casi en todas las viviendas se reservaba un espacio para esta particular forma de religiosidad, el larario. El culto doméstico es, además, un precioso testimonio de la vida cotidiana de la familia, en cuyo ámbito cada actividad, del nacimiento hasta la muerte, en el trabajo o en el ocio, queda profundamente impregnada y marcada por el signo divino. Toda la comunidad de la ciudad vesubiana vivía en una armonía garantizada por la celebración de rituales religiosos en las casas y en las calles del vecindario, donde el altar compital ejerce de integrador entre el grupo familiar y la masa social.
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