La Guerra de la Cuádruple Alianza (1718-1720) es uno de los episodios más complejos de la diplomacia del siglo XVIII. Los vínculos entre los soberanos nunca son lo que parecen. Unas directrices generales pueden ayudar a interpretar las caóticas e incompatibles, pero al mismo tiempo coexistentes reclamaciones entre Madrid, Viena, Estocolmo, Hampton Court, París, Roma, Parma, Florencia y Turín. Debemos comenzar con los tratados de Utrecht (1713), Rastatt (1714) y Baden (1714), que pusieron fin a la Guerra de Sucesión española, al menos entre casi todos los Estados contendientes, salvo los adversarios principales: Felipe de Anjou, que sucedió a Carlos II como cabeza de la Monarquía Hispánica en la península ibérica y sus colonias, y Carlos de Habsburgo, que recibió los Países Bajos españoles y la mayoría de los territorios italianos. Un nuevo conflicto parecía, por lo dicho, lógico e inminente.
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