Tradicionalmente, se daba por cierto en paleontología que la forma y el tamaño de los dientes de un animal determinaba su dieta. Para el autor, la disponibilidad de comida, que cambia estacionalmente y en escalas de tiempo mayores, constituye un factor aún más determinante a la hora de escoger de qué subsistir. El análisis microscópico del desgaste y las señales químicas recogidas en los dientes fósiles llegan más lejos que la simple observación de la morfología dentaria y permiten saber qué es lo que realmente comían nuestros antepasados. La combinación de información sobre la dieta y los datos paleoambientales proporciona nuevas ideas sobre la forma en que el clima influyó en la evolución humana.
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