El artículo se plantea situar históricamente a la visita domiciliaria como uno de los actos fundacionales del Trabajo Social, abriéndose paso como un icónico, específico e identitario espacio socio-ocupacional que ha precedido a la propia profesión, y de alguna manera marca el origen de la misma.
Se plantean consideraciones técnicas y éticas –provenientes de la revisión de literatura especializada y del propio quehacer profesional- para un apropiado proceder en el trabajo directo con familias.
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