En el siglo XIX se extiende entre las familias de la aristocracia y la burguesía cubana la costumbre de imitar los hábitos y modas, así como los gustos artísticos y decorativos de la nobleza europea, como la de presumir ante sus invitados con lujosos servicios de mesa personalizados. Las ostentosas vajillas encargadas a las más prestigiosas manufacturas de porcelana europeas eran marcadas con escudos de armas, yelmos, coronas y monogramas que denotaban propiedad y poder. La belleza de estas piezas, con una gran diversidad en formas y estilos, les otorga alto interés como elementos decorativos; lo que unido al manifiesto e importante valor documental, patrimonial y artístico que atesoran, en poco tiempo les confirió la categoría de objetos coleccionables.
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