Autismo y educación parecen de entrada contrapuestos, pues para ser educado es necesario consentir al otro y a su intención educativa. El sujeto autista plantea de entrada, justamente, este rechazo radical a toda demanda hacia él. En la infancia, las intervenciones educativas giran, la mayor parte de ellas, en torno a la regulación de las pulsiones corporales. El autista, enfrentado a un cuerpo sin subjetivar, radicalmente extraño para él, recibe la intención educativa del adulto como si de una intromisión en su cuerpo se tratase. En la edad adulta, y en los casos de autismo más resistentes a cualquier tipo de tratamiento, las expectativas sobre el sujeto decaen y las intervenciones se limitan, en algunos casos, a cuidar a la persona en sus necesidades más básicas. Las instituciones que se orientan por el psicoanálisis proponemos también en estos casos el abordaje terapéutico que deje lo educativo en un segundo plano para hacer posible que surja el sujeto, esto es su relación con el lenguaje, con el propio cuerpo, con los objetos y con los otros.
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