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Una nueva carrera espacial

  • Autores: Nuño Domínguez
  • Localización: Política exterior, ISSN 0213-6856, Vol. 33, Nº 190, 2019, págs. 30-36
  • Idioma: español
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  • Resumen
    • Ya no hay dos bloques enfrentados, sino multitud de jugadores que establecen alianzas puntuales. La meta inmediata es regresar a la Luna.

      Hace 50 años, el 21 de julio de 1969, Richard Nixon hizo la “llamada telefónica más importante de la historia”. El entonces presidente de Estados Unidos descolgó el aparato para hablar en directo con el comandante Neil Armstrong, que acababa de convertirse en la primera persona en caminar sobre la Luna. “Gracias a lo que habéis hecho, los cielos ya son parte del mundo de los hombres”, dijo Nixon. “Gracias, presidente”, contestó Armstrong, a 380.000 kilómetros de la Tierra. “Es un privilegio estar aquí representando no solo a EEUU, sino a los hombres de paz de todo el mundo, hombres con intereses, curiosidad y una visión de futuro”. Probablemente Armstrong no fue consciente de que sus palabras podían excluir a ingenieras, programadoras y especialistas: mujeres que habían hecho contribuciones fundamentales al programa Apolo de la NASA, para llevar por primera vez a un humano a la superficie de nuestro satélite.

      Pasado medio siglo, el interés por regresar a la Luna ha resucitado. Las principales potencias espaciales clásicas, lideradas por EEUU, y otras emergentes como China e India, planean ambiciosas misiones espaciales para reconquistar el satélite. Estos son ya otros tiempos, y frases como las de Armstrong y Nixon serían impensables. El administrador de la NASA, Jim Bridenstine, ha asegurado que la primera persona en regresar a la Luna 50 años después será una mujer. El nuevo programa espacial que lo hará posible se ha bautizado Artemisa, diosa de la Luna y hermana de Apolo en la mitología griega. Es “probable” que el primer humano que pise Marte también sea una mujer, según Bridenstine.

      Presionada por el presidente Donald Trump y su vicepresidente, Mike Pence, la NASA ha fijado el primer aterrizaje de astronautas en la Luna para 2024. Es un acelerón considerable respecto a los planes iniciales de este país, que contemplaban un margen difuso al final de la próxima década. Muchos de los componentes esenciales para llevar astronautas a la Luna no están aún listos, como la cápsula Orión para transportarlos a los cohetes SLS, los más potentes jamás construidos.

      El órdago estadounidense es doble. Además de esa primera misión tripulada, la NASA quiere que en 2026 esté listo el primer módulo de su nueva base lunar. Lo más importante de ese plan es que no solo afecta a EEUU y su interés por mostrar poderío espacial frente a otros países como China, sino también al resto de potencias con presencia importante en el espacio: la Unión Europea, Canadá, Japón y Rusia. Todas ellas son socios de la lunar Gateway, la estación espacial que se planea acabar en 2028 y que orbitará la Luna. El proyecto es una evolución de la Estación Espacial Internacional (ISS, siglas en inglés), que orbita la Tierra a unos 400 kilómetros de altura y a la que ya han viajado más de 200 astronautas de 17 países, incluido España.

      ¿Competición o colaboración? A principios de este año, China sorprendió a la comunidad internacional al convertirse en el primer país que consiguió aterrizar con éxito en la cara oculta de la Luna. La misión robótica Chang’e 4 se posó en el cráter Von Kármán, dentro de la cuenca Aitken, que con más de 2.000 kilómetros de diámetro es uno de los mayores cráteres de impacto que se conocen en el sistema solar. El éxito del alunizaje, que no se anunció de forma oficial hasta horas después de haberse producido, demostró que el programa espacial del país asiático ha progresado rápidamente. China planea ya nuevas misiones robóticas al satélite, incluida una para recoger muestras de suelo y enviarlas de vuelta a la Tierra. También se estudia usar impresoras 3D y tierra lunar para la construcción de posibles bases permanentes en el satélite.


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