Nos hallamos ante una auténtica revolución, no solo medioambiental, sino energética, industrial y tecnológica. Los países en primera línea de este proceso serán exitosos.
Cuando hablamos de “transición ecológica” nos referimos a un cambio en el modelo de producción y en el patrón de consumo hacia uno que sea “sostenible” en un sentido amplio de la palabra: menores emisiones de CO2 para mitigar el impacto sobre el calentamiento global, una utilización racional de los recursos (eficiencia), una reutilización de los bienes minimizando los residuos (economía circular), ahorro energético, introducción de energías limpias, etcétera. Pese a que la preocupación por el cambio climático es creciente, en especial entre las nuevas generaciones, existe una gran controversia sobre las medidas que deben implementarse y cuál es el coste económico de las mismas.
Una idea muy extendida es la que afirma que la protección del medio ambiente está reñida con el crecimiento económico. El argumento, erróneo, se utiliza en las dos direcciones: si quieres crecer tienes que causar un daño medioambiental, y viceversa: siempre que impongas medidas de sostenibilidad ecológica, estarás limitando el crecimiento. Según esta forma de pensar, proteger nuestra economía y empleos requiere prudencia al elaborar planes de ajuste a los objetivos medioambientales.
Esta visión pudo ser correcta en el pasado, porque el modelo de crecimiento del siglo XX, en el que se produjo una explosión en la renta per cápita, fue bastante poco respetuoso con el medio ambiente. Pero eso no quiere decir que se trate de una ley económica inexorable. El futuro será para las opciones empresariales que sepan compatibilizar el respeto al medio ambiente con la actividad económica. Que compatibilice la lucha contra el cambio climático y el beneficio económico. No se trata solo de actividades relacionadas con la economía circular, la gestión de los residuos o las energías renovables, sino también del ahorro y la eficiencia energética en todas las actividades económicas, así como el uso de las tecnologías de la comunicación para optimizar el uso de los recursos naturales. El desarrollo del 5G, por ejemplo, va a evitar desplazamientos: facilita las teleconferencias de calidad técnica y potenciará una actividad económica más sostenible, como el teletrabajo. Apoyar el desarrollo de las nuevas tecnologías sería parte de la nueva política industrial, en la medida en que potenciará tanto el crecimiento de la productividad como un mayor respeto por los parámetros medioambientales…
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