Religión y ciencia no han sido en muchas ocasiones buenas compañeras de viaje.
Pero como en todos los ámbitos de la vida, existieron honrosas excepciones. Si al binomio incorporamos la variable del género, el camino no fue fácil. Desde que los conventos se convirtieran en la Edad Media en centros de saber, algunas mujeres compaginaron sus deberes religiosos con la investigación científica. Desde aquellas monjas como Hildegarda de Bingen, que definió todo un catálogo de enfermedades con sus respectivos remedios, o Herrada de Langsberg que creó una auténtica enciclopedia en pleno siglo XII, ya en el siglo XX otras religiosas han contribuido al progreso en el mundo de la informática, la astronomía o la genética.
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