Lérida, España
Rubén Darío ya esbozaba los términos de su poética modernista en 1888 (“Catulle Mendès. Parnasianos y decadentes”), insistía en su credo estético en 1986 (“Los colores del estandarte”) y confirmaba todo ello al escribir su “Prefacio” a Cantos de vida y esperanza y componer sus “Dilucidaciones” para El canto errante. Así es como Darío, asumiendo magisterios y rechazando exhibicionismos inoperantes, desvela unos principios estéticos basados en una libertad expresiva de talante particular, defendiendo siempre «íntimas ideas» y «caros ensueños». El poeta cumple así una regla de oro: «sé tú mismo». Vicente Huidobro reconoce los principios estéticos de Rubén Darío, y el valor de su correlato literario, en 1912, formulándose por entonces una preguntas: ¿Por qué sufrió ataques y menosprecios el padre de la poesía moderna?, ¿por qué tardaron tanto en comprenderlo? El magisterio de Rubén Darío es incuestionable; tampoco vale cuestionar los aciertos del vanguardismo histórico, siendo Huidobro y su creacionismo, en opinión de Saúl Yurkievich, su verdadero precursor en Hispanoamérica. La estética huidobriana, reconoce magisterios, acuña su presente y anuncia logros futuros, pulsando siempre, con verdadera libertad, el amor, la poesía y el análisis. Algo de todo eso ya suena en Rubén Darío
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