Cuando el 13 de septiembre de 1598 fallecía Felipe II, el monarca que pasaría a la historia como "el rey prudente", su sucesión y la complicada cuestión de los países bajos estaba atada.
El príncipe Felipe, único heredero masculino vivo tras cuatro matrimonios y varios hijos malogrados, se convertiría en rey de España como Felipe III. A su única hija, a la que había querido por encima de todos sus vástagos, le quedaba encomendaba la difícil tarea de dirigir el destino de las tierras del norte. Isabel Clara Eugenia empezaba entonces, a sus treinta y dos años, una nueva vida como archiduquesa de los Países Bajos.
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