Generalmente se acepta que para que un reproche sea adecuado, la persona que ha actuado mal tiene que merecerlo. Sin embargo, ser merecedor de un reproche no es suficiente para que este resulte apropiado. Se ha argumentado que para que el reproche resulte apropiado el que lo profiere tiene que estar en posición de hacerlo. Este artículo examina la consideración hasta ahora poco explorada de cómo las relaciones personales pueden influir en quién está en posición de emitir un reproche. Parece que suponemos que, si no estamos en la relación correcta con la persona que ha actuado mal, no es asunto nuestro el reprocharle nada. Identifico tres desafíos a esta tesis. En primer lugar, no sabemos qué tiene de malo el entrometerse en algo (si es incorrecto moral o prudencialmente). En segundo lugar, hay casos en los que no tenemos una relación estrecha con el que ha obrado mal, pero parece no obstante que estamos en posición de entrometernos en ello: el asesinato y otras serias infracciones morales graves son ejemplos de esto. En tercer lugar, no parecemos tener una concepción clara de lo que significa “estar en posición de”, con lo que es difícil ver cómo el análisis de ese concepto puede ayudarnos a determinar que un reproche es apropiado. Este artículo defiende que, en los casos de intromisión, la noción de “estar en posición de” es una condición para que el reproche sea adecuado. Argumento que las relaciones personales influyen en quién está en posición de hacer un reproche mediante la constitución de normas específicas para tales relaciones, y que el papel que esas normas desempeñan en el desarrollo y la regulación de nuestras relaciones puede explicar por qué el reproche por intromisión es moralmente erróneo.
It is generally agreed that for blame to be appropriate the wrongdoer must be blameworthy. However, blameworthiness is not sufficient for appropriate blame. It has been argued that for blame to be appropriate the blamer must have standing to blame. Philosophers writing on the topic have distinguished several considerations that might defeat someone’s standing to blame. This paper examines the underexplored consideration of how personal relationships can influence who has the standing to express blame. We seem to assume that if we do not stand in the right relation to the wrongdoer, it is not our business to blame them. I identify three challenges to this view. First, we do not know what is wrong with meddling (whether it is morally or prudentially wrong). Second, there are cases where we have no close relation to the wrongdoer, but where we seem to have standing nonetheless – murder and other serious moral offences are examples of this. Third, we don’t seem to have a clear conception of what ‘standing’ means, and this makes it hard to see how discussion on standing can help us determine the propriety of blame. This paper defends the notion of standing as a propriety condition on blame in cases of meddling. I argue that personal relationships influence who has the standing to blame through constitution of relationship-specific norms; and that the role these norms play in developing and regulating our relationships can explain why meddlesome blame is morally wrong.
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