Dejando a un lado la incontestable irregularidad (rayana en la ilegalidad) que supone que cualquier fundación privada conserve documentación de carácter público, asombra que las que presumen de gestionar archivos privados o personales lo hagan de forma parcial e interesada, con fines más cercanos a la propaganda laudatoria de su titular que a esa transparencia que algunas tanto proclaman.
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