El esfuerzo de Estados Unidos por mantenerse a la cabeza de la excelencia tecnológica en equipamientos de defensa ha obtenido resultados mediocres en las últimas décadas. El país sigue siendo el líder mundial indiscutible en capacidades militares, pero la diferencia con sus competidores, antes abismal, se ha reducido significativamente.
Las razones para estos pobres resultados son muy variadas. Pueden citarse entre las más importantes los desajustes dentro de lo que el presidente Eisenhower denominaba “el complejo militar-industrial”, una excesiva preocupación por la protección de la fuerza y una cierta incapacidad para materializar en sistemas baratos y eficaces las posibilidades de las nuevas tecnologías.
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