El 27 de octubre de 1553, Miguel de Servet murió en la hoguera después de ser condenado injustamente por el Consejo de Ginebra. En los momentos previos a la ejecución tuvo la oportunidad de salvar la vida renunciando a sus ideas, pero al no hacerlo su cuerpo quedó reducido a cenizas. Muy pronto el sabio empezó a ser reivindicado como un adalid del librepensamiento, mientras que su ejecución ha sido interpretada (debe seguir siéndolo) como una prueba más de los peligros que conlleva el fanatismo ideológico, como resultado de un análisis superficial y simplista de la realidad. En este mismo siglo XVI, el humanista Sebastián Castellion aseguró, en relación a la muerte de Servet, que: "matar a un hombre no es defender una doctrina, es matar a un hombre".
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