Tarragona, España
Nada era más cotidiano en la Roma antigua que las inundaciones del Tíber y los incendios. La población se había acostumbrado a las periódicas avenidas del río, que según los años y durante días convertían en navegables los barrios bajos de la ciudad e incluso el propio Foro Romano. Y otro tanto ocurría con los incendios en una Roma de trazado irregular, levantada en sus barrios populares con edificios de madera y barro de varias plantas de altura, apretados unos contra otros y comunicados por estrechas callejas. Cada cierto número de años se producía en Roma un incendio espectacular. Las fuentes escritas mencionan hasta ochenta y ocho grandes incendios en la historia de la Roma antigua. Dejando atrás los cinco siglos de la República, tan solo en época de Augusto se produjeron ocho diferentes en los años 31, 23, 16, 14, 12 y 9 a. C., y 3 y 6 d. C. Otros dieciséis incendios son mencionados seguidamente entre los años 36 y 104 d. C., más o menos a razón de uno cada cinco años. Y continuaron… Algunos de estos incendios dejaron huellas profundas por su extensión, duración y daños producidos. De todos ellos, la Europa cristiana guardaría en su imaginario colectivo un recuerdo especial hacia ese gran incendio de año 64, ocurrido como se ha dicho durante el mandato del emperador Nerón. Y es que los primeros cristianos de la urbe fueron convertidos en culpables oficiales del gran desastre y condenados por ello a la tortura y la muerte públicas. Un mapa a doble página de la ciudad de Roma en tiempos de Nerón nos ilustra acerca de cómo este gran incendio, que ardió durante nueve días, se extendió por la ciudad y destruyó buena parte de sus excelsos monumentos.
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