Desde la crisis de 1929, los industriales fabrican cada vez más mercancías cuya longevidad es cada vez más limitada. El imperativo medioambiental implica ralentizar el consumo frenético de bienes. Pero ¿cómo cuestionar el pilar de un sistema respaldado por casi todos los Gobiernos? Una idea simple y aparentemente inofensiva podría abrir brecha.
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