A comienzos de los años 2000, Vladímir Putin instrumentalizaba la lucha contra la corrupción para arrebatar a los oligarcas de la “era Yeltsin” el poder que habían acumulado durante la transición. Había llegado el momento de que los allegados del presidente se enriquecieran. Quince años más tarde, las malversaciones y las concusiones siguen formando parte del capitalismo ruso.
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