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Cuando en marzo del año 1208 el pontífice Inocencio III tuvo noticia del asesinato de su legado papal, no le cupo duda de que el conde Raimundo VI de Tolosa era el culpable de la muerte de Pedro de Castelnau. Este y otros argumentos convencieron al pontífice de la idoneidad de lanzar una cruzada en Occitania que erradicara la herejía cátara y a sus seguidores y depusiera a los nobles que los amparaban. Tiempo más tarde el propio Inocencio quiso parar la matanza de cátaros que había iniciado, pero ya era demasiado tarde.
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