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Resumen de La brecha global: los ganadores y los excluidos

Paul Collier

  • La globalización no es un fenómeno unificado que debe adoptarse a gran escala o rechazarse por completo. Es necesario un análisis más equilibrado de sus ventajas e inconvenientes.

    La globalización ha sido un poderoso motor para mejorar el nivel de vida. Los economistas, que en muchos asuntos de políticas públicas están divididos, han estado prácticamente de acuerdo en esta afirmación. Pero el consejo continuo de los economistas ha perdido la confianza del público. En parte, el gremio ha perdido su “licencia para operar” como resultado de la crisis económica global, si bien hay una razón más concreta: nuestro entusiasmo por la globalización no ha estado suficientemente matizado, lo cual es curioso porque “globalización” no es siquiera un concepto económico. Se trata de una amalgama periodística de procesos económicos radicalmente diferentes que es muy poco probable que tengan efectos comunes, y mucho menos que sean benignos a escala global.

    El sector ha sido poco honesto, temeroso de que cualquier crítica fortaleciera al populismo, de modo que no se ha hecho demasiado sobre los aspectos negativos de estos diferentes procesos. Pero las desventajas eran evidentes para los ciudadanos corrientes, y ver a los economistas negándolas ha provocado en la gente un amplio rechazo a escuchar a los “expertos”. Para que mi profesión recupere la credibilidad debemos proporcionar un análisis más equilibrado, en el que las desventajas se reconozcan y se evalúen de manera apropiada, con vistas a plantear respuestas políticas que las aborden. Nos puede resultar más útil el mea culpa que continuar con las defensas indignadas de la globalización.

    El mea culpa del comercio El mea culpa empieza por el comercio, que provoca importantes redistribuciones tanto dentro de las sociedades como entre ellas. Dentro, la proposición de la ventaja comparativa nos dice que, como el comercio ocasiona beneficios mutuos, con la adecuada compensación mediante la redistribución, en cada sociedad sería posible hacer que todo el mundo mejorara su situación. En mi profesión, hemos pasado de esa proposición verdadera a la claramente falsa de que en una sociedad todo el mundo está en mejores condiciones. La economía internacional ha mostrado poco interés por los mecanismos internos de la compensación. Esto es lo más importante debido a dos características que se ignoran en los modelos simples: en gran medida, las pérdidas se transmiten a través del mercado laboral y se concentran geográficamente. Cuando Sheffield perdió su industria del acero, saber que en algún otro lugar de Reino Unido un aumento del consumo compensaba con creces las pérdidas en el consumo de los desempleados de Sheffield no supuso un gran consuelo.

    Entre sociedades, el comercio global ha conducido a los países a diferentes especializaciones. En resumen, Europa, Estados Unidos y Japón se han especializado en industrias del conocimiento; Asia Oriental en manufactura; Asia Meridional en servicios; Oriente Próximo en el petróleo y África en la minería. Esto ha permitido que tanto el este como el sur de Asia converjan de una manera espectacular con las sociedades de ingresos altos, reduciendo como nunca antes la desigualdad global. Pero la extracción de recursos naturales genera tensiones excepcionales en la gobernanza, porque produce unas enormes rentas económicas cuya pertenencia debe determinarse políticamente. Algunas sociedades gestionan bien estas tensiones, pero muchas sufren enormes desvíos hacia la captura de rentas. Por ejemplo, el petróleo no ha beneficiado a Sudán del Sur, pues ha desencadenado una hambruna y un desplazamiento masivo inducidos por el conflicto. En su momento, pareció que el auge global de los precios de las materias primas entre 2000 y 2013 impulsaba a África y a Oriente Próximo, pero ahora resulta dudoso.


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