Siglo y medio después de su inauguración, el destino de Egipto sigue ligado al canal de Suez. El auge proteccionista y el hundimiento del delta del Nilo son malas noticias para el país.
La construcción del canal de Suez fue una obra portentosa de ciencia, técnica y política que transformó la geografía de varios continentes. Permitió acortar la ruta del comercio marítimo entre Europa y el sur de Asia, evitando rodear África. Y se convirtió rápido en un espacio de conflicto, un arma clave de guerra en el juego de las grandes potencias.
Desde principios del segundo milenio antes de nuestra era existió el proyecto de conectar el mar Mediterráneo y el mar Rojo. En el Antiguo Imperio de Egipto la finalidad del primer canal similar al actual –el denominado canal de los Faraones– era el riego. Tenía dos vías de transporte que unían ambos mares con el Nilo, aunque solo era navegable en épocas de grandes crecidas y por embarcaciones de poco calado. Alrededor del 1250 a. C. Ramsés II lo amplió hasta casi 100 kilómetros de extensión. El rey persa Darío I lo terminó, limpió y llevó hasta Suez hacia el 500 a. C. El resultado fue una vía de unos 45 metros de anchura que permitía a dos naves cruzarse, con un camino de sirga para remolcarlas desde tierra. Tras la conquista romana, el Canal quedó inservible hasta que Trajano (98-117), dentro de su política de obras públicas, lo renovó y le dio el nombre de río de Trajano. A finales del siglo III volvió a quedar abandonado. Fue cegado por los bizantinos. Ya en el siglo VIII, los árabes procedieron a su reapertura.
La razón de los distintos cambios era facilitar el comercio desde las tierras próximas al delta del Nilo hasta el mar Rojo, así como abrir un paso hacia el Mediterráneo. Desde el siglo XV y hasta el XVIII, muchos arquitectos y pensadores escribieron sobre la posibilidad de un nuevo paso y sobre el antiguo Canal. Los cálculos continuaron, muchos de ellos erróneos. Así sucedió en 1798, cuando Napoleón Bonaparte, a cargo de la expedición francesa a Egipto, pensó en construir un canal navegable con la idea de entorpecer las actividades comerciales y mercantiles de los ingleses. Los trabajos se iniciaron en 1799 al mando del ingeniero civil Jacques-Marie Le Père. Pero se estimó de forma equivocada que había una gran diferencia (de aproximadamente nueve metros) entre el nivel de los dos mares, por lo que se suspendieron las obras.
Un hombre, un plan, un canal Los franceses, cuya flota había sido derrotada por la británica en la batalla del Nilo (bahía de Abu Qir), estuvieron en Egipto hasta 1803, cuando fueron expulsados por el gobernante Mehmet Alí. Durante su largo mandato (1805-47) se establecieron las bases del Egipto moderno, organizado como un país independiente aunque oficialmente leal al sultán otomano. Comenzó así el contexto apropiado para que el ingeniero y diplomático francés Ferdinand Marie, vizconde de Lesseps (1805-94), llevara a la práctica el proyecto del Canal.
Muy importantes para este visionario fueron tanto sus conocimientos como sus contactos. Entre 1835 y 1837, la cercanía entre Lesseps y Alí llevó a que este le confiara la educación de sus hijos. Lesseps desarrolló una amistad personal con uno de ellos, Said Bajá, francófono y educado en París; jedive (virrey) entre 1854 y 1863. Gracias a ella, Lesseps obtuvo en 1854 el encargo de la construcción y explotación del canal de Suez. Asimismo, tenía lazos con la nobleza española y en su calidad de embajador en Madrid había conocido a la granadina Eugenia de Montijo, futura esposa del sobrino de Bonaparte, Napoleón III, por lo que aprovechó esa relación para favorecer sus planes ante el emperador, que se los financió.
De la realización del proyecto se encargó la Compañía Universal del Canal Marítimo de Suez, constituida en 1858. Los acuerdos entre esta empresa y el jedive de Egipto –sometido al Imperio otomano– preveían el uso comercial, pero no el bélico, acuerdo plasmado en 1866. La construcción duró una década, de 1859 a 1869, y los costes superaron los 400 millones de francos. Cuando comenzaron las excavaciones no se disponía aún de maquinaria y todo se realizaba a mano. Se llevó a la fuerza, desde todas las regiones de Egipto, a decenas de miles de humildes campesinos (fellahs). Se calcula que participaron en los trabajos hasta un millón y medio de personas. Las condiciones sanitarias eran pésimas (en 1865 hubo una epidemia de cólera) y el clima malsano. En estas circunstancias adversas y según cifras oficiales, murieron unos 20.000 trabajadores. Otras estimaciones consideran que la cifra superó los 120.000 fallecidos.
Los 163 kilómetros excavados entre Port Said y Suez marcaron un hito en la historia de la tecnología, …
© 2001-2024 Fundación Dialnet · Todos los derechos reservados