Si un hipotético viajero del tiempo lograse llegar al Madrid que conoció Velázquez, descubrirá que la ciudad era el centro neurálgico de un imperio enorme y deslumbrante, aunque éste ya empezaba a sufrir los primeros síntomas de decadencia. Pese a las crecientes dificultades económicas, los españoles de aquel tiempo se desmelenaron con las danzas obscenas de la zarabanda o el escarramán y disfrutaron con los toros, las comedias de Lope de Vega y los fastuosos autos sacramentales. En la España de Felipe IV el hambre y la corrupción convivían con la bulla del pueblo y el lujo de la nobleza.
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