Las relaciones entre las fuerzas militares del Imperio y el conjunto de la sociedad en la que operaban siempre habían sido tirantes desde que la formalización por parte del emperador Augusto de un ejército permanente acentuó la distinción entre soldados y civiles. Sin embargo, una serie de novedosos factores acaecidos en la centuria que va de la ascensión de Diocleciano (284) hasta la batalla de Adrianópolis (378), como fueron especialmente la reestructuración del Ejército y del sistema tributario del Imperio, ayudaron a intensificar estas presiones. Mientras, la emergencia del cristianismo como un poder religioso destacado fue otro signo distintivo de este período con un gran impacto potencial en el Ejército. Una escena ilustrada por Marek Szyszko nos muestra la dificultad del reclutamiento en una época en la que este debía de producirse de forma forzada y muchos de los reclutas intentaban eludir el servicio en filas tomando decisiones tan drásticas como la de cortarse los pulgares para que les fuera imposible empuñar un arma.
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